jueves, 23 de diciembre de 2010

Fum, Fum, Fum


Se impone hablar de la Navidad.
En realidad nadie me obliga, pero es 24 de diciembre, los peces beben que te beben en el Manzanares, las campanas unas sobre otras, el paritorio está preparado, la mesa casi puesta, así que tampoco pasa nada si hablamos un poco de la Navidad, por eso de estar al día y ya está.
Pues sí que he elegido yo un tema difícil, por muy fácil que parezca y por muy 24 del doce que sea, porque aunque yo sea un poco grinch, tampoco es que me guste ir aireándolo por ahí, al fin y al cabo el grinch es un tipo verde y feo, y me tengo que remontar tanto en la memoria para recordar la navidad-navidad-dulcenavidad ... esa era la navidad de mi más tierna infancia, es decir hace ya tantos años, concretamente el día que nos daban las vacaciones en el cole, nos poníamos las katiuskas y nos íbamos a coger musgo, piedras y ramas para poner el nacimiento, gran obra de arte que ocupaba gran parte del salón de mi casa, esa era la gran obra de mi madre, tanto en tamaño como en originalidad, era una pasada de nacimiento, kilos y kilos de musgo y figuras de todos los tamaños, patos más grandes que los pastores, pastores sin cabeza, ovejas descarriadas, un San José del mismo tamaño que la mula tumbada, el niño Jesús más grande que todos ellos, la casa del tamaño de Baltasar, a quien siempre colocábamos en la repisa de la chimenea junto a sus compañeros y les movíamos un poco cada día, pero con el tiempo, y a medida que se fueron rompiendo cabezas y perdiendo figuritas y mi madre fue reduciendo las dimensiones de aquel pueblo llamado Belén, la Navidad fue perdiendo sentido poco a poco, hasta que lo perdió casi completamente. Sin embargo, de repente me vi otra vez (en Navidad) con dos personitas que sólo ven en tecnicolor y, como aquí no hay musgo, un día hace unos años me fui a Habitat y compré un montón de adornos navideños y luces que yo pensé que podían llegar a un acuerdo entre el color y el buen gusto, y cada año los saco de unas cajas grises. Y mis hijos se emocionan tanto como nosotros lo hacíamos con el hermoso nacimiento de mi madre (siempre pensábamos por qué en nuestro nacimiento no había palmeras y desiertos como en los de los demás, mi madre decía que era la versión montañesa del belén, que el musgo daba mucho frescor ...).

No me gusta la Navidad.
El problema no es que no me guste la Navidad, hay cantidad de gente a quien le saca de quicio. Pero hablo por mí. Yo no puedo evitar ponerme nerviosa en los grandes almacenes por estas fechas, no me gustan las felicitaciones y los vacíos deseos de paz y de yo qué sé, por no hablar de las cenas de empresa, no tengo palabras para esas cenas de fraternidad, no felicito la Navidad porque no me sale del corazón, y no sé hacer cosas que no me salen del corazón, sólo respondo amablemente a las felicitaciones de cajeras de supermercado, dependientas, taxistas, no sé, qué culpa tienen ellos de que yo sea así, por lo que sonrío mucho y digo "felices fiestas" o "igualmente", no me gustan los villancicos en español, me dan tristeza el tamborilero, la chocolatera, la virgen que se peina ... pero soy tan boba que soporto a Santa Claus viniendo a la ciudad si lo canta Bing Crosby o al simple de frosty el muñeco de nieve en la voz de Willie Nelson o yo que sé, unas tontas navidades blancas con el vozarrón de Sinatra, me da la impresión de que no van conmigo, de que fueron creados para otro mundo, un mundo de pelis al que no pertenezco ... y por mí, que suenen !
El otro día paseando por la Gran Vía, esquivando música, gente con bolsas y lo que es peor gente con cuernos de reno, gorros de santa claus, gorros con luces, gorros de elfos, gorros con trenzas postizas (yo llevaba un gorro para el frío que sin darme cuenta me quité y guardé en el bolso), bueno pues eso que iba por Gran Vía esquivando de todo, en realidad, y de repente me dio por pensar que se me iba a caer una bola enorme de esas en la cabeza y me iba a aplastar, y me agobié. Hice todo lo que tenia que hacer, que era poco, o mucho, depende de como se mire, porque intentar llegar a la Fnac una tarde de viernes en esas fechas puede resultar complicado, y cuando lo conseguí me di cuenta que la Navidad no está hecha para mí, porque me empezó a dar pena de todo, de la gente que había, de lo que compraba la gente, de sus caras, de todo, empezó a salir a flote mi tara, sí, cuando me empieza a dar pena de las cosas que no deben de dar pena buffff, malo ! porque sí, la Navidad, esa época alegre, me da tristeza, pero no me da pena de la gente que sufre, nooooo, no me dan pena de los enfermos, nooooo, ni de los que lo pasan mal, noooo, qué tontería, esos lo pasan mal todo el año, sería ridículo que me dieran pena en Navidad, qué bobada, me da pena de la gente que se pone cuernos de renos, es decir, de los que se lo pasan pipa, ya ves tú, conclusión : tengo una tara. No me gustan las luces, ni las melodías, ni el buen rollito, y además ahora ni siquiera me puedo beber un buen champagne para celebrar que no me gusta la Navidad.
Sin embargo, como en mi familia somos de lo más familiar y nos queremos mucho, pues celebramos la Navidad y como manda la tradición nos reunimos anualmente en torno a una mesas un poco alternativa, por llamarla de alguna manera, también podría calificarse de pintoresca, peculiar, rara, personalizada ... y aquí estamos, este año en Madrid (por motivos de agenda), pasándolo tan bien como en cualquier otra época del año, unos llegaron en avión y sin maleta, otros en tren (en Renfe no se pierden las maletas), esperas, abrazos, risas ...
Pasé un buen rato en el aeropuerto esperando la maleta que aún no ha llegado, esperando vivir un Love Actually a la madrileña, y bahhh, me sobraron los dedos de una mano para contar situaciones de película y uno de ellos, además, fue el recibimiento de mis hijos a mi hermano.
La Navidad es para las pelis de sobremesa. Así que todos al sofá a disfrutar de "Que bello es vivir", un maestro ese Frank Capra, haciendo cine, claro.



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