martes, 2 de marzo de 2010

Analgésicos y saltos (o viceversa)

Esta mañana me ha costado despertar. Una vez que he conseguido despertarme, me ha costado abrir los ojos. Cuando he conseguido abrir los ojos me ha costado un triunfo levantarme de la cama. Pero al final lo he conseguido. Lo he hecho por mis hijos. Con el piloto automático en marcha y una sonrisa he conseguido hacer dos trenzas perfectas, he conseguido domar un pelo de surfero que apuntaba en diferentes direcciones, he conseguido cargar con la mitad de las mochilas llenas de cosas que pesan bastante más de lo que se podría considerar razonable y he llegado a la parada de ruta donde, con un beso y un abrazo multiplicado por dos, he despedido a mis hijos hasta las seis de la tarde. Con el piloto automático y de vuelta a casa he seguido durante minuto y medio una conversación a un padre de ruta que no me interesaba nada, ni la conversación ni el pesado padre, que cada día es más pesado por cierto, con una sonrisa de oreja a oreja y un "que pases un buen día" he tomado la calle que conduce a la mía, he llegado a mi casa, me he quitado las botas, me he puesto una camiseta, he cerrado la persiana que no es persiana pero que hace funciones de persiana y ahora no me sale cómo se llama y me he tirado de cabeza a la cama.
Yo me pensaba alimentar hoy de pastillas, pero Naneth ha interpretado su papel a la perfección, y como si en una película estuviésemos viviendo me ha subido una bandeja con un desayuno muy rico, y es que todo lo que huela a café y lleve mermelada de arándanos a mí me parece muy rico, así que primero me he tomado el desayuno y luego media pastilla de analgésico, porque me dolía la mitad de la cabeza, y yo sigo empeñada en reducir al máximo las dosis de productos químicos que meto a mi cuerpo, y me ha dado por pensar en que mi pobre hígado debe de estar agotado de tanto procesar y procesar, y aunque los médicos me dicen que las pastillas son para lo que son y para eso las tomo, y que los analgésicos se toman cuando llega el dolor y para eso están, y que es de idiotas aguantar el dolor cuando existen los analgésicos que para eso se crearon, yo sigo pensando en mi hígado (me gusta más como suena la palabra en inglés, pero quedaría un poco cursi llamar a mi hígado en inglés, tan cursi como llamar a tu hijo Kevin González si eres de Carabanchel, no sé ... de momento lo dejo en hígado, que suena fatal). Perdóname hígado, tú sabes que sólo tomo lo que me obligan a tomar y los analgésicos justos y necesarios. Pensando en ésto me he dormido durante un rato (es que estoy tan, tan cansada) y soñando mi nueva vida en Vancouver estaba cuando el sonido del teléfono me ha despertado, sí digamé, no no está en casa, sí, sí soy su esposa o lo que sea que sea, no, no estoy interesada, sí ,sí, segurísimo que no estoy interesada, no, no vuelva a llamar en otro momento, no, no él tampoco está interesado, sí, sí, se lo digo yo que soy su esposa o lo que quiera que sea, no, no vuelva a llamar o le mato, sí, sí, he dicho le mato, es que ¿sabe qué? me ha despertado, sí, sí, permítame dudar que lo siente, sí, sí que usted también tenga un buen día. Yo de momento me voy a tomar la otra mitad de mi pastilla, porque ahora me duele la otra mitad de mi cabeza, lo siento hígado, hoy ya tiro la toalla, hoy no tengo ya ganas de aguantar ni la más mínima molestia. Ahora voy a mirar para otro lado y voy a intentar seguir durmiendo, porque hoy no tengo intención de hacer nada, nada más que descansar.
Media hora después de tomar la decisión de no hacer nada, cuelgo un el primer salto que encuentro en mi archivo de saltos en mi página de miracomosalto. Es un salto de Catalina en Macarella, dentro del agua, un salto difícil, pero es que la capacidad de Catalina para realizar saltos difíciles es increible. Tengo muchos saltos en mi archivo, antes me costaba más conseguirlos, pero ahora mis hijos llegan a un sitio y lo primero que hacen es saltar para luego dedicarse a otras cosas. Antes yo insistía, salta, pega un salto, salta por favor, venga otro salto y lo dejamos, ahora no hace falta que yo diga nada, saltan y ya está.
La gente me pregunta el porqué de la historia ésta de los saltos, y yo, depende del día que tenga, cuento una cosa u otra, o me invento una historia sobre la marcha. Ni yo misma sé muy bien el porqué. Parte de culpa la tiene mi hermano, creo que parte de culpa la tiene también mi abuelo Bruno (q.e.p.d), que era especialista en saltar, puede que mi hermano lo haya heredado de mi abuelo, cuyo espíritu vive aún en su habitación de la casa de Polanco, creo que no se fue del todo de allí el día que se murió, no estoy segura. El caso es que mis hijos también saltan muy bien, y los saltos quedan muy chulos en las fotos. Ahora todos celebramos la vida saltando, es una tontería como cualquier otra, pero es mi manera de agradecer a las fuerzas del universo (el universo ése del máster) el que hace dos años yo no me muriera y por ello yo, y los que me rodean (en ese orden) pudiéramos seguir saltando y sonriendo y ... relativizando.

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