miércoles, 17 de marzo de 2010

Here comes the sun

Esta mañana el sol olía a flores. Ahora escribo mientras escucho a mi adorado Eef Barzelay presentar en acústico su nuevo disco en uno de mis programas favoritos de Radio 3. Esta noche tocan en la sala Heineken. ¿Alguien quiere venir conmigo a disfrutar de un concierto de Clem Snide? Me gusta Eef, me gustan los chicos con gafas, nariz grande y cara de judíos (Eef es judío), aunque sus gafas de pasta son lo de menos, lo de más es que me gusta su música.
Esta mañana el sol olía a primavera y la vida cotidiana se empeñaba en ir más deprisa que nosotros. Mis vecinas las vampiras, a las que siempre me encuentro cuando vuelvo, hoy se cruzaron con nosotros cuando íbamos. Miré el reloj, pero las agujas estaban en el sitio en el que debían estar. La chica rumana o búlgara, rusa quizá, aunque puede que sea de Moratalaz y yo me empeñe en disfrazarla de eslava, que me cruzo todas las mañanas a la altura de la consulta de la pediatra-abuela, hoy me la crucé a la altura de la casa que tiene ese árbol tan alto, tan alto que si te quedas mirándolo un rato largo te puedes llegar a marear, pero las agujas del reloj estaban en su sitio. El operario del ayuntamiento que lleva un mono verde con el eslógan "Pozuelo limpio" barría dos números más arriba cuando llegué a casa, pero mi reloj insistía en que yo iba en hora, faltaban exactamente diez minutos para disfrutar de mi capuccino. ¿Que le pasa a todo el mundo hoy? ¿Por qué se empeñan en ir por delante? Da igual, debe de ser el sol éste que huele a mandarinas el que les adelanta un poco con respecto a mí. Espero que en un par de días el sol también me acelere a mí un poco y anule con moderación los efectos que las seis minipastillas rosas que me trago al día provocan en mi cuerpo.

Hoy el capuccino estaba triste. Naneth está triste. Nosotros estamos tristes por Naneth. El sábado un mensaje le comunicaba que su hermana había muerto. El maldito cáncer actúa de nuevo. El maldito cáncer que llega hasta los más recónditos lugares del planeta como la pequeña isla filipina de donde procede Naneth. Es increible pero Naneth sonríe incluso cuando llora. Difícil eso de consolar en inglés a una persona que pasa por semejante trago tan lejos de los de su sangre. Le dijimos que no se preocupase por nada, que le ayudaríamos a gestionar los imprevistos y que estuviese tranquila, que nosotros pordríamos prescindir de ella por un tiempo. Evidentemente en el nosotros no estaba incluída yo, pero da igual, me pegaré al nosotros y entre todos nos apañaremos. Así como un cojo necesita su bastón y un miope sus gafas, yo necesito mi tercera mano, que le vamos a hacer, cada uno necesita lo que necesita.
A Catalina le tuve que obligar a llorar antes de que los ojos se le salieran de la cara, le expliqué que llorar es bueno y a veces necesario. Lloró un buen rato y luego abrió su hucha para darle el dinero que tiene ahorrado a Naneth. Afortunadamente le intercepté a tiempo y le expliqué que era muy bonito su gesto, pero que quizá era mejor que le comprara un regalo, que se pondría muy contenta.
Bruno no podía dejar de mirarla a la cara con una mezcla de pena y curiosidad. Creo que trataba de ver en qué consistía la tristeza. Esa mañana volvió de un cumple cargado de golosinas para Naneth, para que no estuviera tan triste.
Y mientras yo pensaba lo triste que es el mundo y lo maravillosos y tiernos que son los niños.
Y mientras yo pensaba en cuánto desearía volver a ser niña, volver a vivir aquellos tiempos en lo que lo peor que te podía pasar era que te llevaran al dentista o que te pusieran una inyección. Ahora lo que mejor te puede pasar es que sólo tengas que ir al dentista y que te tengan que poner una inyección ...

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