domingo, 20 de septiembre de 2009

Nubes de domingo

Dejé el otro blog para no hablar de mi enfermedad y la tercera entrada de este-mi-nuevo-blog se la dedico integramente a una enorme Q azul con un punto rojo en su interior. Y es que yo soy así. Llevo 42 años realizando esquemas perfectos cuando se aproxima el otoño, esquemas que se derrumban cual castillo de naipes con la caida de las primeras hojas. Creo que ya va siendo hora de asumir mi condición de chica imprevisible, un poco caótica a la par que desordenada, de ideas rápidas, cambiantes, de ideas de ida y vuelta. Siempre envidié la letra casi perfecta de algunas niñas de mi colegio, letra que yo podía imitar casi a la perfección, las hojas de mis cuadernos se llenaban con una caligrafía impoluta los días de septiembre, pero cuando llegaba octubre las letras iban tomando su forma natural, la que les daba mi cerebro y mi corazón, porque mis planes se venían abajo cuando caían las hojas de los árboles. Y pasan los años y sigo haciendo planes en septiembre, planes que caducan antes que los yogures que compro para llenar la nevera que descansa en verano. Al menos cuando llega la odiosa festividad de fin de año, con su mierda de uvas y champán, yo ya no me molesto en hacer planes ... que los hagan otros, que se apunten a gimnasios y a academias de inglés, yo no necesito ni gimnasios ni aprender inglés, yo estoy delgada y hablo perfectamente inglés. Yo lo que necesito son otras cosas, cosas situadas en los extremos opuestos de los planes.

Así que hoy, último domingo de verano, por la mañana y sentada en el sofá de mi caótico salón vestido de domingo, a saber, niños gritando, periódicos tomando vida, café, música, juguetes que también toman vida como si esto fuera Toy Story (aún no sé si me gusta o no me gusta el caos dominguero, no le acabo de coger el punto del todo), decido que a partir de hoy escribiré de lo primero que me venga a la cabeza, y si eso tiene algo que ver con la gran Q, pues no pasa nada ... la gran Q forma parte de mí, igual que otras cosas, no pasa nada.



El domingo Catalina y yo contemplamos desde la Plaza de España una bonita imagen de la Gran Vía a atardecer. La luz se reflejaba en los edificios de un modo espectacular y el cielo estaba cubierto de nubes que parecían tener vida. Es bonita la Gran Vía, tan bonita como caótca. El domingo por la tarde Catalina y yo fuimos a comprar libros a la Fnac, en realidad podíamos haber comprado libros en el Corte Inglés o en un Vips, pero a Catalina y a mí nos gusta ir a la Fnac y revolver entre los libros y los discos y las pelis ...
Catalina flipa en Gran Vía. Catalina sufre con la gente que pide sentada en las aceras de la Gran Vía. Catalina saca su cartera y empieza a repartir dinero a todo el que tiene la mano extendida. Mientras yo atiendo una llamada de teléfono, mi hija trata de convencer a un mendigo de que acepte su dinero, el señor en cuestión se lo agradece de corazón pero está empeñado en que se lo quede ella y se lo gaste en algo bonito, Catalina no le entiende, el mendigo le sonrié, yo sigo hablando por teléfono atenta a la conversación entre el mendigo y mi hija.
Mientras caminamos por la Gran Vía le digo que no es necesario que vaya dando dinero a todo el mundo. No me entiende, debe de ser que yo no sé explicarme. Y subiendo por Gran Vía nos encontramos a Rayito, el payaso que no es payaso, el payaso payaso, el payaso que no me cae bien, y no sé porque no me cae bien Rayito, es que ¿deberían caerme bien los payasos? no me gustan los payasos. Rayito está sentado a la entrada de un cine junto un cartel en en el que se lee "Tengo hambre", acelero el paso, Catalin no se ha parado junto a Rayito, me mira y me dice : "estaba comiendo un bocadillo.
Estamos llegando a la Fnac, vamos a comprar libros.

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