martes, 15 de septiembre de 2009

Aterrizaje forzoso

Han pasado los días. Aterricé. No exactamente como tenía previsto ya que yo pensaba lucirme en mi aterrizaje, realizar alguna que otra acrobacia de esas que la gente mira y dice ohhhhh, pensaba medir mis fuerzas con los pájaros, saludar desde la ventanilla de mi avión y tocar tierra suavemente y con una sonrisa, en un día soleado y de suave brisa. No ha sido así, he llevado a cabo un aterrizaje casi de emergencia, antes de lo que tenía previsto, obligado por las condiciones meteorológicas adversas, no me dió tiempo a ponerme mi gorra de aviador, la de cuero con orejeras, era solo un detalle sin importancia, pero a mí esas cosas me gustan, no en vano ojeo la edición francesa de Vogue para hacerme una idea de las tendencias de las diferentes temporadas, no he tenido tiempo de anunciar el aterrizaje, pero éste ha sido espectacular, los buenos pilotos siempre estamos preparados para un aterrizaje de estas características, y lo he hecho sin perder la sonrisa.

Ya estoy en tierra. Ya estoy aquí. Retomo fuerzas después de unos días cansados y cansinos, cansantes incluso, si este vocablo fuera correcto, no lo es, pero yo sé lo que me digo, y es que a veces me faltan las palabras adecuadas para seguir expresándome.

De mi pequeño balneario, donde el sol calentaba mi piel y mi mente, donde iba recargando mi energía a medida que se me agotaba, donde la brisa suave y el nordeste refrescaban mis ideas, pasé a la jungla de asfalto, donde el calor no viene del cielo sino de la tierra, pasa a través de las suelas de los zapatos y sube por tu cuerpo, donde la brisa no viene del mar sino de los tubos de escape de los vehículos que circulan lentamente por la Gran Vía, esa vía que tanto me gustaba hace un tiempo y en la que ahora se me derriten los sentidos cual tableta de chocolate al sol tras salir de la FNAC, refugio de mi ocio y castigo a mi tarjeta de crédito.

Llegué, llevé a mis hijos al colegio, asalté un Starbucks, asalté la FNAC y cargada de bolsas de color mostaza asalté de nuevo otro Starbucks. Y miraba yo por la ventana mientras pensaba en no me acuerdo qué, cuando uno de esos simpaticos chicos que trabajan en S. dice en voz alta y clara "por favor, tengan cuidado con los bolsos y carteras, estos dos señores que están en esta mesa son ladrones", y sin perder su magnífica sonrisa, sigue preparando frapuchinos. Los señores en cuestión, dos marroquíes o similar, se levantan y abandonan el establecimiento inmediatamente después de que todos los allí presentes agarrásemos nuestras pertenecias con fuerza y les mirásemos con cara de yoquesequé.


Hasta el momento tenía acumuladas en mi haber tres sensaciones, la sensación de cansancio, la sensación de calor artificial e insano y la sensación de haber gastado sin necesidad. Trataba de aliviar esas sensaciones sentada en un sillón de S., bebiendo un té verde con limón granizado de S., y manoseando los libros que me había comprado, pelando los impelables Cds que me había comprado (aunque en el último año me he convertido en una pirata, y lo confieso sin pudor, no puedo resistir la visita a la sección cholloscds), e imaginando unas largas jornadas de martes y miércoles en mi sofá de las afueras viendo el pack de la TVserie adquirida, cuando se me sumó otra sensación, la sensación de tristeza pegajosa, esa que flota alrededor de mi cabeza y de mi corazón (a veces también de mi estómago), y como no se me ocurrió ninguna manera de aliviarla allí sentada en un sofá de S., cogí mis cosas y me fuí.

Y cuando llegué a casa me encontré de golpe y porrazo con una carta certificada procedente de un organismo oficial de siglas conocidas que me informaba de que ...

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