sábado, 17 de octubre de 2009

Tiempo

Hace un par de días pasé la mañana con mi amigo Andrés en un moderno café del paseo de Rosales. Él se tomó una botella de agua y yo un café malísimo. Andrés es un amigo con el que comparto gustos musicales, ideas, afición por la fotografía (mi hobby y su manera de ganarse la vida), filosofía vital, largas conversaciones, risas y sonrisas. Nos conocimos en EFE, yo con mi puesto fijo en la redacción, tan fijo como si aguien me hubiese pegado con superglue de ese que anuncian en la tele, y Andrés con su puesto tan inestable, hoy te queremos, mañana no. A mí alguien me debió pegar con ese pegamento que pega todo definitivamente y de por vida, ese pegamento que, si no tienes cuidado, y entra en contacto con tu piel, la has fastidiado ! y tienes que ir al hospital a que, con mucho cuidado, te despeguen. Y desde mi puesto he visto pasar a mucha gente como Andrés, gente con ilusiones, gente con ganas, gente a la que yo animaba enseguida a comprar un billete de avión con destino lejano (mis compañeros me reñían, me decían que les malaconsejaba). Andrés vive ahora muy lejos, porque le da la gana, porque puede, porque sí.
La otra mañana me enteré de que cuando yo llegue a EFE, poco antes de la caída del muro de Berlín (la caída del muro es la primera noticia importante de mi vida profesional),él tenía seis años. Me resulta extraño, porque por aquel entonces poco podíamos tener en común él y yo. Supongo que jugaría con playmobils mientras yo disfrutaba de mis primeras nóminas, sin embargo ahora podemos compartir intereses. Y no sé si eso es bueno o malo. Pienso en el paso del tiempo. Pienso en todo el tiempo que ha pasado. Pienso en los tiempos que no volverán. Pienso en los tiempos que vendrán. De tanto pensar en el tiempo me he mareado.

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