jueves, 22 de octubre de 2009

Música de ascensores

Estoy empezando a superar mi miedo a los ascensores y al metro, lo que no significa que esté superando la claustrofobia que sufro y padezco. Por algo se empieza, y yo he empezado por el metro y por los ascensores. He pensado que es lo más práctico, porque los ascensores (y el metro en menor medida) forman parte de nuestro día a día y, entre tú y yo, me estoy empezando a cansar un poco de subir escaleras. No es que me canse al subir las escaleras porque, aunque pueda parecer mentira, estoy en forma (es que son muchos años subiendo y bajando ecaleras, y eso mantiene en forma a cualquiera), de lo que me estoy cansando es de estar siempre pendiente de si habrá o no acceso a las escaleras (porque haberlas, hailas, allí donde hay un ascensor debe de haber unas escaleras), de dónde están las escaleras, de si estarán iluminadas o no, de explicar al que viene conmigo (y no me conoce) la razón por la que subo por las escaleras...
He estado muchas veces a punto de dejar mi afición a las escaleras, o lo que es lo mismo, mi pánico a los ascensores, pero han sido hechos puntuales. Una vez sentí un miedo a atroz a ser la responsable de la posible muerte de una persona y decidí usar un ascensor. Sucedió en Cuba y pensé que si esa persona moría me pasaría el resto de mi vida en una cárcel del régimen, por lo que un ascensor caribeño me pareció mejor sitio para quedarme encerrada que una cárcel caribeña.
Durante mi estancia en La Habana me alojé con Pepe en un bonito, céntrico, pero poco acogedor hotel, y como tenía contactos (no con el régimen),a nuestra llegada nos hicieron mucho la pelota y nos ofrecieron una de las mejores habitaciones del hotel que, por supuesto, estaba en la última planta. Después de agradecer el detalle, rechacé amablemente tal habitación y pedí que me dieran una en el primer piso (por eso de ahorrarme escaleras), cosa que se negaron en rotundo a hacer a la vez que insistían en alojarnos en la última planta. Como yo me negaba, el recepcionista llamó al director del hotel quien, muy amablemente, me obligó a entrar en razón. De acuerdo, nos alojaremos dónde ustedes deseen, ahora si es tan amable me puede indicar dónde están las escaleras. Sí, el ascensor lo pueden tomar al fondo del vestíbulo. No, ascensor no, he dicho escaleras, o gradas, o como demonios lo llamen ustedes. Ah, no, el acceso a las escaleras está cerrado a los clientes, pero el ascensor está al fondo del vestíbulo. Y ahí me tienes a mí explicándole al amable director de hotel mi problema de claustrofobia y tal y tal (la de veces que le habré explicado a un desconocido mi problema), él a su vez me explica el suyo, por motivos de seguridad y tal y tal, las escaleras no están a disposición de los clientes y bla, bla, bla ... los nervios se estaban apoderando de mí estómago y me estaba empezando a cansar, más difícil me lo pones, más me obceco con los ascensores. Cuando el señor cubano director del establecimiento hotelero se da cuenta de que no pienso tomar el ascensor y como soy quien soy (malditos clientes contactados con la cúpula de la madre patria) lo soluciona en un pis pas. Ok, le presento a ... no me acuerdo exactamente de su nombre, sólo recuerdo que su nombre terminaba en aldo, pero sí me acuerdo de él, casi dos metros, piel negra (es decir negro), cabeza calva, 120 kilos por lo menos, musculos por todos los sitios, traje negro y dientes muy blancos, no supe si sonreir o asustarme cuando me dió la mano mientras el señor director me explicaba que durante mi estancia allí, el tal ...aldo sería mi acompañante de escaleras, yo le avisaría cada vez que tuviera que subir o bajar a o de la habitación, no importaba la hora del día o de la noche. Era o éso, o ascensor. Ah, pues ... vale, muy amable. Así que mientras Pepe flipaba a la vez que me miraba con cara de "ya te vale Marta" y se iba en el elevador, yo me disponía a subir escaleras con mi nuevo guardaespaldas (nunca antes había tenido un guardaespaldas). Enseguida entendí por qué escondían las escaleras de la mirada de los turistas, mejor me ahorro las explicaciones, y ágilmente emprendí la subida. Cuando llegué a la octava planta, no sin esfuerzo, pues juro que en mi vida había subido unos peldaños tan difíciles de subir, me dí cuenta de que ...aldo no estaba, y pacientemente le esperé hasta que le ví aparecer en estado un poco lamentable, mucho músculo y tal, pero fondo, fondo ... poco. Lo siento, le dije. El se disculpó a su vez, me acompañó hasta la puerta de la habitación y me dijo que le llamara cuando fuese a bajar.
Cuando entré en la habitación Pepe me miró con su cara de "ya te vale Marta", pero es que el pánico a los ascensores, aunque te parezca una bobada, no lo es, hay que sufrirlo para saber lo mal que se pasa, yo me he llegado a quedar paralizada ante la puerta de un ascensor.
Necesité un día y medio para darme cuenta de que esa situación no podía prolongarse más, primero por ridícula, y segundo porque no pasarían muchos días más antes de que ...aldo muriera fulminado por un infarto, o yo muriera por un desgraciado accidente en las escaleras.
A pesar de su oposición, le dije que ya no necesitaba sus servicios, que había sido muy amable, pero que a partir de entonces iba a subir y a bajar en ascensor. Muy profesional, ...aldo, insitió que al menos le dejase acompañarme en el ascensor, pues en caso de que éste se parase, cosa que era muy habitual debido a los cortes de luz en la isla (ay no me digas eso ! por dios ...aldo!) él sabía como actuar y sacarme de allí. A partir entonces no pude prescindir ya de los servicios de ...aldo. En ocasiones el ascensor hizo cosas raras y las luces parpadearon varias veces, pero no llegó a pararse, aún no me explico como pude estar tantos días subiendo y bajando en ese ataúd móvil. La situación seguía siendo bastante absurda, pero conseguí sobrevivir y dormir en la mejor habitación del hotel. Las vistas al amanecer eran espectaculares desde la ventana.

Eso pasó hace varios años. Durante todo este tiempo he seguido huyendo de los ascensores como alma que lleva el diablo, pero ahora estoy empezando a llevarme un poco mejor con alguno de ellos. Puede que se deba a mi visita al túnel. El túnel es peor que los ascensores, bastante peor. Además, si no tienes la suerte que yo tuve, de ahí sí que no sales. Yo no ví ningún teléfono de emergencia de Otis cuando me quedé encerrada. No había ningún botón para pulsar, y la ventilación era asistida.
Ahora pienso que si salí del túnel, podré salir de un ascensor si me quedo encerrada. Pepe siempe me dice, ¿cuántas personas conoces que se hayan muerto por quedarse encerradas en un ascensor?. Creo que ninguna, no iba a ser yo la primera.

1 comentario:

  1. ay Marta!!! Cómo me has arrancado la sonrisa hoy con esta historia. Eres única!!! Un besazo guapa!!

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