sábado, 31 de octubre de 2009

Muertos y calabazas huecas

Yo muchas veces visualizo cómo será mi entierro. Visualizo una imagen cenital, así que debe ser que voy a ir al cielo. Si voy a ir al cielo es porque he sido buena. Cuando era pequeña, mi abuelo me contaba cuentos sobre el cielo, me gustaban mucho esas historias de que cuando tronaba era porque los ángeles estaban jugando a los bolos y tal. Aquel lugar donde todo el mundo vivía tan feliz y todo era tan bonito se quedó marcado en mi cabeza, hasta que el otro día mi hija me dijo que sentía mucho la desilusión que me iban a causar sus palabras (es que los niños de hoy en día hablan con mucha propiedad), "el cielo no es lo que nos pensamos, mamá". ¿Pensamos?, en realidad yo no le he hablado nunca del cielo a mi hija, el cielo es una cosa que quedó entre mi abuelo y yo. "El cielo no está encima de las nubes, bueno o sí". Qué lío. Eso nos pasa por no tener dos palabras para el cielo, mira tú que prácticos los angloparlantes, tan contentos con su heaven y su sky, y aquí mi hija, liándose entre cielos azules y otros cielos.
Yo me hice la sorprendida, ¡¡ qué es eso de que el cielo no es el cielo !!, no, sí, no, mamá, que sí, que el cielo es un sitio estupendo, pero no es como nos lo imaginábamos, ¡vaya!. Catalina me miró con cara de compasión, pero pensaba que no quedaba otro remedio, su madre se tenía que enfrentar a la realidad. Mientras tanto, Bruno, que escuchaba atentamente, decidió participar en la conversación y este es el momento oportuno para dejar de hablar del cielo, porque el tema empezó a derivar por territorio surrealista, creo que tego un mini Lynch en la familia.
Bueno, cada uno con su cielo y su infierno (lo del fuego y el demonio y todo eso ... lo siento mamá, pero tampoco, ¡vaya!), el caso es que yo veo mi entierro desde arriba, y no lo hago para ver quién va y quién llora y quién está triste, porque eso sería decidir quiénes de los que me rodean me sobrevivirán, y yo no tengo esa capacidad, ni quiero, me da igual quien vaya y quien llore, lo único que me preocupa es el tema de las flores y de la música. Tengo dos fijaciones, una es la de que nadie me ponga cerca una flor de muerto, los que más me quieren sabrán que hacer con el tema de las flores, y los que más me quieren sabrán que música poner en mi funeral. Si tengo la mala suerte de sobrevivir a todos los que más me quieren, ya lo dejaré por escrito, y si me quieren hacer caso, genial, si no, pues que les den, yo como ya estoy muerta.
Eso sí, hay una cosa que no es negociable, sea como sea, que nadie me meta en un ataúd, no sé si lo sabes, pero pertenezco al selecto Club Hispano de Damas Claustrofóbicas, y no se me puede ocurrir un lugar peor para pasar el resto de mis días de muerta. Además los ataúdes que se llevan ahora no me gustan nada, pero nada, tan rococós, tan brillantes como los muebles que se limpian con Pronto, forrados con esa tela imitación a seda, pura fibra, qué iba a hacer yo allí dentro, acostumbrada a las sábanas 100% algodón de mi madre, secadas al sol y al viento, noooo, y además seguro que me meterían allí con zapatos y todo, y eso sí que me parece horrible, ¿para qué quiere un muerto unos zapatos?, que le dejen desacansar descalzo, como debe ser.
A mí en realidad lo que me gustaría es que me hicieran una ceremonia funeraria hindú o similar, en una playa a orillas del Indico, que me envuelvan en una sábana blanca (algodón 100%, a poder ser), que me pongan en una balsa de madera, rodeada de pétalos de rosa y velas, y que me quemen, y así, entre el fuego y el humo mi espíritu se vaya al cielo de mi abuelo, o a otro cielo, o a ningún sitio, que haga lo que quiera, o que vaya de cielo en cielo, de visita, sería genial, pero ¡por dios!, que no me dejen en un ataúd que encima a su vez será introducido en una tumba (el colmo de los colmos para una claustrofóbica como yo), ¡qué desasosiego!, además el sitio ya lo conozco, y es muy húmedo, verde, pero muy húmedo, como todos los cementerios del norte, y te puedo asegurar que a mi madre no le gustaría nada que pasara tanto tiempo entre humedades, porque me viene fatal para la garganta, que la tengo muy débil, y aunque el Dr. Palacín, allá por el año 72 más o menos, desaconsejo a mis padres operarme de anginas, a su vez les aconsejó que pasara un tiempo al año en tierras castellanas, por eso del clima seco, ¿qué diría Palacín si supiera que iba a descansar eternamente en un sitio tan húmedo?. Ya me veo en mi ataúd con un pañuelo en el cuello, mis botas favoritas y dos pares de calcetines, en fin ...
Ya sé que sería muy gravoso economicamente para mis herederos el llevarme hasta el Oceáno Indico para que un sacerdote con barba blanca y con aspecto de matusalén presidiera esa bonita ceremonia durante la cual mi espíritu iniciaría su viaje eterno, pero pienso yo que si hay gente que va a Bali a casarse porque mola mucho, ¿por qué las agencias de viaje no ofrecen viajes funerarios a precio de chárter con alojamiento para los mas allegados y con gestión de papeles incluída?, total, la gente se muere más de lo que se casa. Y si no, pues cualquier mar me vale, mi querido mar cantábrico, aunque me parece demasiado fuerte para mí, siempre le tuve un cierto respeto, quizá una cala de Menorca sea más apropiada, pero, ¿dejará el Conseil de la Illa quemar un cadaver en Macarelleta?, ¿Y si no decimos nada? Seguro que, si consigo no morirme en verano, nadie se entera.
Y, ¿por qué me ha dado por hablar hoy a mí de mi muerte? Será porque es la noche de los muertos, o de Jalogüín. Sí, llegará el día en el que la Real Academia admita el vocablo Jalogüín, porque yo no me explico la fuerza con la que esta celebración de "origenceltaexportadaporUSA" se ha instalado en nuestro final de octubre ibérico, hoy me pregunto si mis hijos han nacido en Madrid o en el estado de Connecticut, pero hoy se les va la vida entre calabazas y disfraces.



Bruno practica en estos momentos el truco-trato en nuestra comunidad de vecinos, su recaudación consiste por ahora en una buena dosis de chuches conseguidas sin dificultad en la casa numero 12, residencia de una familia yankee de Maine y con calabaza luminosa en la ventana, unos caramelos de propaganda rescatados del fondo del bolso de la dueña de la casa 8,unas galletas principe donadas por el cabeza de familia de la 3, y diez euros de los más practicos moradores de la 1. Está claro que el espíritu de Jalogüín está instalado entre los futuros adultos españolitos, pero las familias de toda la vida, aunque vivan en urbanzaciones de las afueras al estilo película americana, no están adeuadamente preparados para celebrar el día de las calabazas huecas y los niños pedigüeños.
A mí en realidad me da igual que mis hijos celebren o no esta fiesta. La gente está dividida entre los que se divierten y los que se resisten, a mí no me da ni frío ni calor. Sé que hay demasiadas cosas que no me dan ni frío ni calor, y recibo acusaciones constantes por mi patológica falta de interés en diversos temas sobre a los que la gente le encanta discutir, pero yo ya no discuto, sonrío fuerte y dejo que cada uno decida si quiere discutir o no. Para mí lo importante no es discutible. Las cosas importantes llenan mi vida. El resto de las cosas las dejo fluir. Y Halloween, pues es eso ... calabazas y tal.

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