martes, 27 de octubre de 2009

Historias de aeropuerto

Hace unos días pasé unas horas en el aeropuerto, en la sala de llegadas de la T2 de Barajas. Parece un poco absurdo pasar unas horas en la sala de llegadas de un aeropuerto cuando el vuelo que esperas está previsto que llegue con total puntualidad, pero yo lo hice por varios motivos, primero, porque me apetecía pasar un rato en el aeropuerto, es que a mí antes me gustaban mucho los aeropuertos y quería reconciliarme con ellos, segundo, porque tenía tiempo, y créeme, tener tiempo es una maravilla, tener tiempo para poder gastarlo en lo que quieras es una maravilla, y tercero, era un pequeño homenaje a mi madre, quien ha perdido muchas horas de su vida esperándonos a nosotros en estaciones y aeropuertos por salir de casa una hora antes de lo necesario, sólo por si acaso, por si acaso hay atasco, por si acaso al avión le da por llegar antes, por si acaso se pincha una rueda, por si acaso un meteorito cae del cielo, por si acaso yo-qué-sé (imagínate cualquier cosa extraña, seguro que mi madre ya la ha pensado antes que tú), y todo para recibirnos con los brazos abiertos y una sonrisa XXL, no vaya a ser que lleguemos y nadie nos abrace, y ya se sabe que los desconocidos en los aeropuertos no se suelen tirar a los brazos de nadie.



Las salas de llegadas de los aeropuertos suelen dar mejor rollo que las de salida, generalmente te hace más feliz esperar a alguien que despedir a alguien, aunque seguro que hay casos que son excepciones, igual demasiados como para calificarlos de excepciones, bueno no sé, seguro que hay personas despidiendo con amplias sonrisas en la cara y diciendo para sus adentros "ya-era-hora", y algunos esperando la llegada de un vuelo y diciendo "por-qué-no-se-habrá-quedado-en", pero lo normal son los reencuentros alegres y las despedidas tristes, entre todos estos pululan por el aeropuerto los de la corbata y el maletín, esos que no están ni contentos ni tristes, sino hasta las narices y más allá, y da igual que les esperen que no, porque si no, se cogen un taxi y ya está, puente aéreo aquí puente aéreo allá, tralará, tralará.
Hay pocas sillas en la zona de llegadas de la T2 (si alguien lee ésto y conoce al responsable de sillas del aeropuerto que se lo diga ... nunca se sábe, el mundo es un pañuelo, y seguro que en barajas hay un responsable de sillas, seguro). En la zona 6 donde yo espero sólo hay nueve, colocadas de tres en tres, en una hay un mendigo sentado, con pinta de oler muy mal y hablando solo, con lo cual los dos asientos que están a su lado, aunque no estén ocupados, es como si lo estuvieran, nadie se sienta. Pienso en que el mendigo ha decido pasar la tarde en el aeropuerto, como yo, ya ves. Los otros están ocupados por un chico jugando con su móvil como si le fuese la vida en ello, una señora, y las bolsas de la señora. Me siento en la única silla vacía que queda, al lado de una chica con gafas y pálida como un folio, muy concentrada en una revista que cuenta la historia de una peridista que se convirtió en princesa, todo ello ilustrado con fotos y fotos de diferentes trajes y peinados clasificados por etapas. Que yo recuerde nadie nos dijo en la facultad que las periodistas se pudieran convertir en princesas, la verdad, no sé en qué asignatura nos lo deberían haber enseñado, en fin ... da igual yo no quería ser princesa, para qué !. Mi compañero a la derecha es un señor con sombrero, me gusta que los señores lleven sombrero, me recuerda al cine en blanco y negro, y me encanta el cine en blanco y negro.
Pues ya estoy colocada, en el bolso tengo un libro y mi ipod, pero no me apetece ni leer ni escuchar música, me apetece mirar alrededor. Falta mucho para que llegue mi vuelo, y me dedico a adivinar de donde llegan las personas que escupen las enormes puertas automáticas. Primero decido por su cara si les está esperando alguien o no, si salen muy deprisa y decididos, no les espera nadie, y son los que se van directos a la cola de los taxis o al parking, si salen con los ojos muy abiertos, con cara de despistados o sonriendo mucho es que les espera alguien, cuando encuentran a ese alguien se besan y abrazan en diferentes grados, algunos sólo se dan la mano. Adivinar de dónde procede el vuelo parece a veces my fácil, si empiezan a salir los portadores de ensaimadas, está claro, Mallorca o Menorca (pero esto es demasiado obvio, no vale), en realidad no es tan fácil, puedes deducir si vienen de clima cálido o frío, si vienen de disfrutar unas vacaciones o de viaje de negocios, pero adivinar exactamente de donde vienen no es fácil, la gente ya no viene de México con gorros mexicanos gigantes en la cabeza. Los aeropuertos ya no son lo que eran.
Y entre los que esperan, está la prolífica especie de los sostenedores de carteles a la altura del pecho (o un poco má arriba), me maravillan, su cara de esperar no es una cara de esperar cualquiera, tiene un plus, de profesión esperador, algunos lo hacen tan bien que parecen que estén esperando a su novia, como un chico jóven con un traje que le queda fatal y que sostiene un cartel en el que se lee "Mr. John Ganting", parece que está claro que no espera a su novia, el John lo deja claro, y el Mr., reclaro, aunque, ahora que lo pienso, igual el esperador es gay, me fijaré cuando llegue (diez minutos más tarde compruebo que yo tenía razón, Mr. Ganting no es su novio, si el esperador es gay o no, eso ya no lo puedo asegurar, no lo parece). Llega gente muy abrigada, llega gente en sandalias (nadie les informó de que se día en Madrid llovía), llega un equipo de deportistas (no podría decir qué deporte practican, creo que estoy perdiendo facultades), llega un grupo de jubilados al que no presto atención, porque los grupos de jubilados que van de viaje me dan pena, los jubilados en general me suelen dar envidia, pero los que se agrupan me dan angustia. Soy así de imbécil, pero qué le voy a hacer (hay tantas cosas que me dan pena de una manera tan absurda). Me dan pena unas personas, que a su edad se pueden permitir viajar, ir, venir, pasarlo bien y reirse a carcajadas. No lo puedo explicar, me rindo. En cambio no me da pena ver a un anciano paseando solo por el parque, siempre imagino que tiene una gran vida interior y que en cada paseo se está resarciendo de cada día de trabajo que ha vivido. Pienso que disfruta de pisar las hojas caídas de los árboles, del ruido que hacen, de respirar la brisa, de sentarse en un banco, de ver pasar a la gente ... en cambio cuando se agrupan y se van de viaje ... mejor lo dejo, aquí.
Ví muchas caras y muchas situaciones esa tarde, muchas de ellas curiosas como la de una anciana (muy anciana), muy elegante, acompañada por una señorita y un chofer, que esperaba con un ramo de flores a una anciana de su quinta y con aspecto de haber nacido en un país nórdico, muy elegante también, y que a su vez le traía a la anciana nacional otro ramo de flores. Las flores olían a muerte. Ví a una chica negra con cara de blanca que esperaba a otra chica negra con cara de negra y que venía con un niño blanco, un lío, vete tú a saber la historia de estas tres personas. Ví muchas caras, dos de ellas conocidas, dos antiguos compañeros de trabajo que llegaban cargando cámara y trípode ...
Me tomé un café de máquina, pero estaba muy bueno. La silla la abandoné al poco rato de sentarme, la chica que leía la revista a mi lado olía a una colonia que me desagradaba mucho. Hay muchísimos perfumes y colonias que me desagradan, es raro, se supone que el fin de una colonia es ser agradable al olfato ... pensé que igual el mendigo olía mejor que la chica, pero no me decidí a comprobarlo, preferí pasear por el aeropuerto y seguir viendo gente.
Dato curioso : ví seis personas leyendo uno de los libros de Millenium, juro que a la próxima persona a la que vea leer uno de esos libros de Larsson le digo algo, no sé el qué, pero algo, aunque sea sólo para desahogarme. Me pone enferma que en un país donde se supone que la gente no lee, de repente todo el mundo se ponga a leer el mismo libro. No lo entiendo. ¡Dios, qué manía he cogido a esos libros y a la chica lánguida de sus portadas!

El vuelo que esperaba llegó a su hora. Y mis padres cruzaron la puerta 6 con una gran sonrisa. Sabían que yo les esperaba.

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