martes, 27 de octubre de 2009

Historias de aeropuerto

Hace unos días pasé unas horas en el aeropuerto, en la sala de llegadas de la T2 de Barajas. Parece un poco absurdo pasar unas horas en la sala de llegadas de un aeropuerto cuando el vuelo que esperas está previsto que llegue con total puntualidad, pero yo lo hice por varios motivos, primero, porque me apetecía pasar un rato en el aeropuerto, es que a mí antes me gustaban mucho los aeropuertos y quería reconciliarme con ellos, segundo, porque tenía tiempo, y créeme, tener tiempo es una maravilla, tener tiempo para poder gastarlo en lo que quieras es una maravilla, y tercero, era un pequeño homenaje a mi madre, quien ha perdido muchas horas de su vida esperándonos a nosotros en estaciones y aeropuertos por salir de casa una hora antes de lo necesario, sólo por si acaso, por si acaso hay atasco, por si acaso al avión le da por llegar antes, por si acaso se pincha una rueda, por si acaso un meteorito cae del cielo, por si acaso yo-qué-sé (imagínate cualquier cosa extraña, seguro que mi madre ya la ha pensado antes que tú), y todo para recibirnos con los brazos abiertos y una sonrisa XXL, no vaya a ser que lleguemos y nadie nos abrace, y ya se sabe que los desconocidos en los aeropuertos no se suelen tirar a los brazos de nadie.



Las salas de llegadas de los aeropuertos suelen dar mejor rollo que las de salida, generalmente te hace más feliz esperar a alguien que despedir a alguien, aunque seguro que hay casos que son excepciones, igual demasiados como para calificarlos de excepciones, bueno no sé, seguro que hay personas despidiendo con amplias sonrisas en la cara y diciendo para sus adentros "ya-era-hora", y algunos esperando la llegada de un vuelo y diciendo "por-qué-no-se-habrá-quedado-en", pero lo normal son los reencuentros alegres y las despedidas tristes, entre todos estos pululan por el aeropuerto los de la corbata y el maletín, esos que no están ni contentos ni tristes, sino hasta las narices y más allá, y da igual que les esperen que no, porque si no, se cogen un taxi y ya está, puente aéreo aquí puente aéreo allá, tralará, tralará.
Hay pocas sillas en la zona de llegadas de la T2 (si alguien lee ésto y conoce al responsable de sillas del aeropuerto que se lo diga ... nunca se sábe, el mundo es un pañuelo, y seguro que en barajas hay un responsable de sillas, seguro). En la zona 6 donde yo espero sólo hay nueve, colocadas de tres en tres, en una hay un mendigo sentado, con pinta de oler muy mal y hablando solo, con lo cual los dos asientos que están a su lado, aunque no estén ocupados, es como si lo estuvieran, nadie se sienta. Pienso en que el mendigo ha decido pasar la tarde en el aeropuerto, como yo, ya ves. Los otros están ocupados por un chico jugando con su móvil como si le fuese la vida en ello, una señora, y las bolsas de la señora. Me siento en la única silla vacía que queda, al lado de una chica con gafas y pálida como un folio, muy concentrada en una revista que cuenta la historia de una peridista que se convirtió en princesa, todo ello ilustrado con fotos y fotos de diferentes trajes y peinados clasificados por etapas. Que yo recuerde nadie nos dijo en la facultad que las periodistas se pudieran convertir en princesas, la verdad, no sé en qué asignatura nos lo deberían haber enseñado, en fin ... da igual yo no quería ser princesa, para qué !. Mi compañero a la derecha es un señor con sombrero, me gusta que los señores lleven sombrero, me recuerda al cine en blanco y negro, y me encanta el cine en blanco y negro.
Pues ya estoy colocada, en el bolso tengo un libro y mi ipod, pero no me apetece ni leer ni escuchar música, me apetece mirar alrededor. Falta mucho para que llegue mi vuelo, y me dedico a adivinar de donde llegan las personas que escupen las enormes puertas automáticas. Primero decido por su cara si les está esperando alguien o no, si salen muy deprisa y decididos, no les espera nadie, y son los que se van directos a la cola de los taxis o al parking, si salen con los ojos muy abiertos, con cara de despistados o sonriendo mucho es que les espera alguien, cuando encuentran a ese alguien se besan y abrazan en diferentes grados, algunos sólo se dan la mano. Adivinar de dónde procede el vuelo parece a veces my fácil, si empiezan a salir los portadores de ensaimadas, está claro, Mallorca o Menorca (pero esto es demasiado obvio, no vale), en realidad no es tan fácil, puedes deducir si vienen de clima cálido o frío, si vienen de disfrutar unas vacaciones o de viaje de negocios, pero adivinar exactamente de donde vienen no es fácil, la gente ya no viene de México con gorros mexicanos gigantes en la cabeza. Los aeropuertos ya no son lo que eran.
Y entre los que esperan, está la prolífica especie de los sostenedores de carteles a la altura del pecho (o un poco má arriba), me maravillan, su cara de esperar no es una cara de esperar cualquiera, tiene un plus, de profesión esperador, algunos lo hacen tan bien que parecen que estén esperando a su novia, como un chico jóven con un traje que le queda fatal y que sostiene un cartel en el que se lee "Mr. John Ganting", parece que está claro que no espera a su novia, el John lo deja claro, y el Mr., reclaro, aunque, ahora que lo pienso, igual el esperador es gay, me fijaré cuando llegue (diez minutos más tarde compruebo que yo tenía razón, Mr. Ganting no es su novio, si el esperador es gay o no, eso ya no lo puedo asegurar, no lo parece). Llega gente muy abrigada, llega gente en sandalias (nadie les informó de que se día en Madrid llovía), llega un equipo de deportistas (no podría decir qué deporte practican, creo que estoy perdiendo facultades), llega un grupo de jubilados al que no presto atención, porque los grupos de jubilados que van de viaje me dan pena, los jubilados en general me suelen dar envidia, pero los que se agrupan me dan angustia. Soy así de imbécil, pero qué le voy a hacer (hay tantas cosas que me dan pena de una manera tan absurda). Me dan pena unas personas, que a su edad se pueden permitir viajar, ir, venir, pasarlo bien y reirse a carcajadas. No lo puedo explicar, me rindo. En cambio no me da pena ver a un anciano paseando solo por el parque, siempre imagino que tiene una gran vida interior y que en cada paseo se está resarciendo de cada día de trabajo que ha vivido. Pienso que disfruta de pisar las hojas caídas de los árboles, del ruido que hacen, de respirar la brisa, de sentarse en un banco, de ver pasar a la gente ... en cambio cuando se agrupan y se van de viaje ... mejor lo dejo, aquí.
Ví muchas caras y muchas situaciones esa tarde, muchas de ellas curiosas como la de una anciana (muy anciana), muy elegante, acompañada por una señorita y un chofer, que esperaba con un ramo de flores a una anciana de su quinta y con aspecto de haber nacido en un país nórdico, muy elegante también, y que a su vez le traía a la anciana nacional otro ramo de flores. Las flores olían a muerte. Ví a una chica negra con cara de blanca que esperaba a otra chica negra con cara de negra y que venía con un niño blanco, un lío, vete tú a saber la historia de estas tres personas. Ví muchas caras, dos de ellas conocidas, dos antiguos compañeros de trabajo que llegaban cargando cámara y trípode ...
Me tomé un café de máquina, pero estaba muy bueno. La silla la abandoné al poco rato de sentarme, la chica que leía la revista a mi lado olía a una colonia que me desagradaba mucho. Hay muchísimos perfumes y colonias que me desagradan, es raro, se supone que el fin de una colonia es ser agradable al olfato ... pensé que igual el mendigo olía mejor que la chica, pero no me decidí a comprobarlo, preferí pasear por el aeropuerto y seguir viendo gente.
Dato curioso : ví seis personas leyendo uno de los libros de Millenium, juro que a la próxima persona a la que vea leer uno de esos libros de Larsson le digo algo, no sé el qué, pero algo, aunque sea sólo para desahogarme. Me pone enferma que en un país donde se supone que la gente no lee, de repente todo el mundo se ponga a leer el mismo libro. No lo entiendo. ¡Dios, qué manía he cogido a esos libros y a la chica lánguida de sus portadas!

El vuelo que esperaba llegó a su hora. Y mis padres cruzaron la puerta 6 con una gran sonrisa. Sabían que yo les esperaba.

jueves, 22 de octubre de 2009

Música de ascensores

Estoy empezando a superar mi miedo a los ascensores y al metro, lo que no significa que esté superando la claustrofobia que sufro y padezco. Por algo se empieza, y yo he empezado por el metro y por los ascensores. He pensado que es lo más práctico, porque los ascensores (y el metro en menor medida) forman parte de nuestro día a día y, entre tú y yo, me estoy empezando a cansar un poco de subir escaleras. No es que me canse al subir las escaleras porque, aunque pueda parecer mentira, estoy en forma (es que son muchos años subiendo y bajando ecaleras, y eso mantiene en forma a cualquiera), de lo que me estoy cansando es de estar siempre pendiente de si habrá o no acceso a las escaleras (porque haberlas, hailas, allí donde hay un ascensor debe de haber unas escaleras), de dónde están las escaleras, de si estarán iluminadas o no, de explicar al que viene conmigo (y no me conoce) la razón por la que subo por las escaleras...
He estado muchas veces a punto de dejar mi afición a las escaleras, o lo que es lo mismo, mi pánico a los ascensores, pero han sido hechos puntuales. Una vez sentí un miedo a atroz a ser la responsable de la posible muerte de una persona y decidí usar un ascensor. Sucedió en Cuba y pensé que si esa persona moría me pasaría el resto de mi vida en una cárcel del régimen, por lo que un ascensor caribeño me pareció mejor sitio para quedarme encerrada que una cárcel caribeña.
Durante mi estancia en La Habana me alojé con Pepe en un bonito, céntrico, pero poco acogedor hotel, y como tenía contactos (no con el régimen),a nuestra llegada nos hicieron mucho la pelota y nos ofrecieron una de las mejores habitaciones del hotel que, por supuesto, estaba en la última planta. Después de agradecer el detalle, rechacé amablemente tal habitación y pedí que me dieran una en el primer piso (por eso de ahorrarme escaleras), cosa que se negaron en rotundo a hacer a la vez que insistían en alojarnos en la última planta. Como yo me negaba, el recepcionista llamó al director del hotel quien, muy amablemente, me obligó a entrar en razón. De acuerdo, nos alojaremos dónde ustedes deseen, ahora si es tan amable me puede indicar dónde están las escaleras. Sí, el ascensor lo pueden tomar al fondo del vestíbulo. No, ascensor no, he dicho escaleras, o gradas, o como demonios lo llamen ustedes. Ah, no, el acceso a las escaleras está cerrado a los clientes, pero el ascensor está al fondo del vestíbulo. Y ahí me tienes a mí explicándole al amable director de hotel mi problema de claustrofobia y tal y tal (la de veces que le habré explicado a un desconocido mi problema), él a su vez me explica el suyo, por motivos de seguridad y tal y tal, las escaleras no están a disposición de los clientes y bla, bla, bla ... los nervios se estaban apoderando de mí estómago y me estaba empezando a cansar, más difícil me lo pones, más me obceco con los ascensores. Cuando el señor cubano director del establecimiento hotelero se da cuenta de que no pienso tomar el ascensor y como soy quien soy (malditos clientes contactados con la cúpula de la madre patria) lo soluciona en un pis pas. Ok, le presento a ... no me acuerdo exactamente de su nombre, sólo recuerdo que su nombre terminaba en aldo, pero sí me acuerdo de él, casi dos metros, piel negra (es decir negro), cabeza calva, 120 kilos por lo menos, musculos por todos los sitios, traje negro y dientes muy blancos, no supe si sonreir o asustarme cuando me dió la mano mientras el señor director me explicaba que durante mi estancia allí, el tal ...aldo sería mi acompañante de escaleras, yo le avisaría cada vez que tuviera que subir o bajar a o de la habitación, no importaba la hora del día o de la noche. Era o éso, o ascensor. Ah, pues ... vale, muy amable. Así que mientras Pepe flipaba a la vez que me miraba con cara de "ya te vale Marta" y se iba en el elevador, yo me disponía a subir escaleras con mi nuevo guardaespaldas (nunca antes había tenido un guardaespaldas). Enseguida entendí por qué escondían las escaleras de la mirada de los turistas, mejor me ahorro las explicaciones, y ágilmente emprendí la subida. Cuando llegué a la octava planta, no sin esfuerzo, pues juro que en mi vida había subido unos peldaños tan difíciles de subir, me dí cuenta de que ...aldo no estaba, y pacientemente le esperé hasta que le ví aparecer en estado un poco lamentable, mucho músculo y tal, pero fondo, fondo ... poco. Lo siento, le dije. El se disculpó a su vez, me acompañó hasta la puerta de la habitación y me dijo que le llamara cuando fuese a bajar.
Cuando entré en la habitación Pepe me miró con su cara de "ya te vale Marta", pero es que el pánico a los ascensores, aunque te parezca una bobada, no lo es, hay que sufrirlo para saber lo mal que se pasa, yo me he llegado a quedar paralizada ante la puerta de un ascensor.
Necesité un día y medio para darme cuenta de que esa situación no podía prolongarse más, primero por ridícula, y segundo porque no pasarían muchos días más antes de que ...aldo muriera fulminado por un infarto, o yo muriera por un desgraciado accidente en las escaleras.
A pesar de su oposición, le dije que ya no necesitaba sus servicios, que había sido muy amable, pero que a partir de entonces iba a subir y a bajar en ascensor. Muy profesional, ...aldo, insitió que al menos le dejase acompañarme en el ascensor, pues en caso de que éste se parase, cosa que era muy habitual debido a los cortes de luz en la isla (ay no me digas eso ! por dios ...aldo!) él sabía como actuar y sacarme de allí. A partir entonces no pude prescindir ya de los servicios de ...aldo. En ocasiones el ascensor hizo cosas raras y las luces parpadearon varias veces, pero no llegó a pararse, aún no me explico como pude estar tantos días subiendo y bajando en ese ataúd móvil. La situación seguía siendo bastante absurda, pero conseguí sobrevivir y dormir en la mejor habitación del hotel. Las vistas al amanecer eran espectaculares desde la ventana.

Eso pasó hace varios años. Durante todo este tiempo he seguido huyendo de los ascensores como alma que lleva el diablo, pero ahora estoy empezando a llevarme un poco mejor con alguno de ellos. Puede que se deba a mi visita al túnel. El túnel es peor que los ascensores, bastante peor. Además, si no tienes la suerte que yo tuve, de ahí sí que no sales. Yo no ví ningún teléfono de emergencia de Otis cuando me quedé encerrada. No había ningún botón para pulsar, y la ventilación era asistida.
Ahora pienso que si salí del túnel, podré salir de un ascensor si me quedo encerrada. Pepe siempe me dice, ¿cuántas personas conoces que se hayan muerto por quedarse encerradas en un ascensor?. Creo que ninguna, no iba a ser yo la primera.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Del azul al gris ...

Cualquier día de éstos me sorprenderé a mí misma sacando de los bolsillos de mi chaqueta de cuero negra mis guantes de cuero rosa fucsia, sí de cuero rosa fucsia, sólo yo (y Pepe un poco, de refilón) sabemos lo que me costó hacerme con ellos cuando unos guantes de motero y de color rosa fucsia no eran fáciles de encontrar (al final los compré en una tienda de Londrés, dónde si no). Y además de los guantes sacaré también de los bolsillos un gorro de cuero con orejeras y forrado de pelo de oveja, ¿las ovejas tienen pelo?, ¿la lana es el pelo de las ovejas?, o, ¿es piel de oveja?, bueno, qué más da, un gorro de ésos, un gorro de Holden Caufield, y la verdad no sé si Caulfield llevaba un gorro de esos, creo que sí, pero no estoy segura, en cualquier caso, para mí esos gorros siempre serán de Holden Caulfield. Pues eso, el gorro, los guantes y, por supuesto, la bufanda, qué sería de mí en invierno sin bufanda (o en otras estaciones sin pañuelo). En invierno vivo continuamente abrazada por una bufanda, y tengo que reconocer que muchas noches duermo con un pañuelo de seda al cuello (tiene que ser de seda).
Tengo un amigo (en realidad tenía, porque desapareció) que siempre me decía que le encantaba mi cuello y que no entendía mi afición por los pañuelos y las bufandas. En realidad no hay mucho que entender, no tienen la finalidad de esconder mi cuello (a mí también me gusta), su finalidad es proteger mi pobre garganta, uno de mis puntos débiles, junto con el estómago y la cabeza (y con tres puntos débiles me conformo).
Pues eso, el gorro, los guantes y la bufanda. Hablaba de eso porque ayer celebré en solitario la ceremonia de "llegó el frío". Me levanté y me encontré con un día lluvioso y gris, con viento y muchas nubes negras y cancelé todos los planes que tenía, piscina incluída, me preparé un café muy caliente, saqué la manta de color ciruela morada, puse música y me hice fuerte en el sofá. Como creo que esto no lo va a leer mi madre (y en caso de que lo leas, mamá, no te enfades por favor) diré que ni comí, porque no. No me moví del sofá en todo el día, dormí a ratos, y el resto del tiempo miré dese el sofá cómo caían las hojas de los árboles y cómo llovía. Cuando llegaron mis hijos del cole puse fin a la ceremonia y adopté aspecto de persona normal. Ya está. A partir de hoy dejaré de pensar en azul brillante y pensaré en gris plata. A partir de hoy tengo licencia para usar mi chaqueta de cuero. A partir de hoy se me perdonará la melancolía estacional por lo menos hasta que el moreno se haya diluído casi completamente de mi piel. Un día de éstos daré al botón que pone en marcha el sistema de calefacción de mi casa, de momento me niego, ese momento requiere oto tipo de ceremonia menos bonita pero más práctica.
Y ahora ... ¿qué va a ser de mí, yo, que funciono recargándome con energía solar, que tomo fuerzas tirada al sol, ¿que típo de energía utilizaré ahora?, corro el peligro de engancharme a las mantas de sofá. Probaré con la biomasa, que ahora está tan de moda, aunque no sé my bien en que consiste y me da la impresión de que no es muy adecuada a mi personalidad. Pues entonces, como siempre, buscaré el calor en las sonrisas y abrazos de todos los que me rodean, y refrescaré mi mente durante largos paseos de otoño abrigada por mi chqueta de cuero, mi gorro de Holden Caufield, mis guantes rosa fucsia y una de mis treintaycinco bufandas.

sábado, 17 de octubre de 2009

Tiempo

Hace un par de días pasé la mañana con mi amigo Andrés en un moderno café del paseo de Rosales. Él se tomó una botella de agua y yo un café malísimo. Andrés es un amigo con el que comparto gustos musicales, ideas, afición por la fotografía (mi hobby y su manera de ganarse la vida), filosofía vital, largas conversaciones, risas y sonrisas. Nos conocimos en EFE, yo con mi puesto fijo en la redacción, tan fijo como si aguien me hubiese pegado con superglue de ese que anuncian en la tele, y Andrés con su puesto tan inestable, hoy te queremos, mañana no. A mí alguien me debió pegar con ese pegamento que pega todo definitivamente y de por vida, ese pegamento que, si no tienes cuidado, y entra en contacto con tu piel, la has fastidiado ! y tienes que ir al hospital a que, con mucho cuidado, te despeguen. Y desde mi puesto he visto pasar a mucha gente como Andrés, gente con ilusiones, gente con ganas, gente a la que yo animaba enseguida a comprar un billete de avión con destino lejano (mis compañeros me reñían, me decían que les malaconsejaba). Andrés vive ahora muy lejos, porque le da la gana, porque puede, porque sí.
La otra mañana me enteré de que cuando yo llegue a EFE, poco antes de la caída del muro de Berlín (la caída del muro es la primera noticia importante de mi vida profesional),él tenía seis años. Me resulta extraño, porque por aquel entonces poco podíamos tener en común él y yo. Supongo que jugaría con playmobils mientras yo disfrutaba de mis primeras nóminas, sin embargo ahora podemos compartir intereses. Y no sé si eso es bueno o malo. Pienso en el paso del tiempo. Pienso en todo el tiempo que ha pasado. Pienso en los tiempos que no volverán. Pienso en los tiempos que vendrán. De tanto pensar en el tiempo me he mareado.

jueves, 15 de octubre de 2009

Una vez robé un francés (que no a un francés)

Una vez robé un francés. Me explico. Cuando estudiaba en la Universidad (de Cantabria), creo que el segundo curso de la carrera de Derecho, esa carrera que me costó tan poco esfuerzo y me gustó tan poco, en realidad me hubiese gustado que me hubiese costado para así haberme planteado el abandonarla y empezar otra carrera (que me hubiese gustado más) pero bueno, no se me atascó el Derecho Romano de Pantaleón, surfeé con soltura por el Derecho Civil, disfruté un poquito estudiando el Derecho Internacional y tragué sin masticar el aburrido Derecho Procesal, en fin, que año tras año fui convirtiéndome en una leguleya sin futuro en la profesión (eso lo tenía un poco claro, no del todo). Pues andaba yo entre apuntes de civil cuando el rectorado organizó un intercambio con la Universidad francesa de Le Havre, y como yo no perdía una oportunidad de cruzar la frontera con destino a no importa dónde, y gracias a mis conocimientos de la lengua de Moliere y una carta de recomendación de la Alianza Francesa, centro donde aprendía y aprendía el idioma con fervor y aplicación, conseguí ser una de los quince estudiantes elegidos para el programa. La cuestión era que yo alojaba en mi casa (de mis padres) a un estudiante francés durante 20 días y los padres de ese francés me alojarían a mí en su maison otros veinte, durante ese tiempo asistiríamos a clases en la Universidad.

Estación de autobuses de Santander. Catorce franceses, con sus maletas y sus sonrisas francesas, y catorce españoles, sin maletas y con sonrisas españolas del norte, tratan de emparejarse hablando dos idiomas. Gran momento. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces no existía el famoso programa Erasmus, y ésto, para los que nos gustaban todas estas cosas de ir y venir y chapurrear idiomas y pensar en extranjero, era lo más de lo más.

Eres tu Michelle? Tu es Michelle? Donde coño esta la Michelle ésta? Buscas a Michelle? Tu cherche a Michelle? Michelle n'est pas venue, sa grandmere est mort. Mierda ! Merde! Pobre abuela. Pobre Michelle. Y ahora qué. Me quedo sin francesa.

La estación se va despejando, cada español/a se va con su francés/esa, y yo allí plantada sin pareja de baile. Mi participación en el programa se tambaleaba seriamente, la cifra 15/15 se había descompensado, y la abuela que se había muerto era mi abuela de intercambio. También era mala suerte. parggdonquelergggetil? quehogggaesporgggfavorg? el bilingue que me preguntaba la hora era un chico con una bufanda de cuadros escoceses y cazadora vaquera desgastada. Casi las dos,no te han venido a buscar? vamonos te quedarás en mi casa, hola soy marta, hola soy François, encantada, enchanté, mamá, papá, este es Francoise, y Michelle? no importa, Françoise, como su mismo nombre indica, es francés.
Acababa de robar un francés.
Ese día el seat panda de un tal Jose, estudiante de empresariales, no arrancó a la primera, ni a la segunda, por lo que tuvo que pedir el coche a su tío, cuando llegó a la estación ya no quedaban franceses. Descanse en paz la abuela de Michelle.

Françoise aprendió bastante español, creo que fue gracias a los gritos que le pegaba mi madre cuando le hablaba (mi madre habla muy alto a todos los que no hablan su idioma, para que se enteren bien). Pero eso supongo que le toca contarlo a él. Lo pasamos muy bien en Santander, aunque mi verdadera aventura empezó al llegar a Le Havre, ciudad potuaria a orillas del Atlántico.

miércoles, 14 de octubre de 2009

No entiendo el béisbol

Hay cosas que no entiendo, por más que me las expliquen.
Por más que me lo expliquen no entiendo el béisbol, me quedo en que son nueve contra nueve. Y por más que me lo expliquen no entiendo cómo es posible que los aviones puedan volar, me quedo en no sé qué leyes físicas que parecen ser muy claras (para otros). Hay muchísimas más cosas que no entiendo, en realidad, tampoco entiendo por qué los barcos flotan, para qué hablar de las naves espaciales que van y vienen a otros planetas. Si pasamos al tema de los planetas, ahí sí que ya me pierdo del todo, mi mente se queda tan oscura como oscuro es el espacio que yo me imagino. En realidad para mí "los planetas son la única preocupación que gira alrededor de más de un investigador, y sus misterios son objeto de estudio que yo sigo con gran atención, su origen y composición ... " laralaralaa
No sé nada de planetas, no entiendo el universo, lo que me lleva a no entender la vida ésta que vivimos ... ya avisé que hay un montón de cosas que no entiendo ... aunque quien me ha intentado explicar alguna que otra vez el bonito y aburrido deporte del béisbol me dice que si no lo entiendo es porque no le presto atención a sus explicaciones. Puede que tenga razón, es un defecto que tengo desde que nací, que no presto atención a cantidad de explicaciones.
Hace bastantes años fui a ver un partido de béisbol que enfrentaba a los Padres de San Diego contra los Red Sox de no sé ahora exactamente dónde. Por aquella época yo era de los Padres de San Diego, ahora soy de los Yankees de Nueva York. Ya ves, soy así, no entiendo de béisbol pero yo tengo mi equipo de béisbol favorito, y explicar esto me costaría un gran esfuerzo así que ni lo voy a intentar. Yo tengo mi gorra de los Yankees, y lo mismo me vale para proteger mi cabeza de los rayos solares cuando voy a la playa, que para camuflarme cuando mi estado de ánimo me pide camuflarme (puedo asegurar que mi gorra de los yankees y mis gafas XXL usadas simultáneamente consiguen hacerme invisible), que de complemento a uno de mis molones vestidos de Paul&Joe o Tara Jarmon ... es gorra de verano e invierno, de frío y calor, de lluvia y sol, de usar cuando estoy triste y de usar cuando esoy contenta, de miles de recuerdos, de miles de viajes, de miles de sitios, es mi gorra de los Yankees.



Pues cuando fuí a ver ese partido del que hablo, y que por supuesto perdieron los Padres (por aquel entonces los Padres eran bastante malos, hoy no sé), me hubiese gustado haber prestado en su día más atención cuando me explicaban en qué consistía el béisbol (una sensación parecida a la de "debería haber estudiado más" ante una hoja de examen dificil de rellenar, aunque sin nota final), pero como no lo hice en su día pues me limité a aplaudir cuando aplaudían los demás, a beber coca-cola y a esperar un homerun ("jonran" que escriben los periodistas deportivos latinos, doy fé) que nunca llegó (creo). Me lo pasé muy bien, y es que a veces no hace falta entender las cosas para disfrutar. A mí me ocurre muy frecuentemente, disfruto haciendo cosas que no sé bien por qué hago. Es como la vida misma. Disfruto de una vida que no entiendo, de un mundo que no entiendo ... eso sí disfruto a veces, otras vecs no disfruto nada de nada, pero eso creo que le pasa a todo el mundo.
Con los aviones me pasa lo mismo, no entiendo como es posible que esas enormes ballenas de acero se desplacen entre las nubes y por encima de las nubes, a veces por debajo de las nubes, como si nada, no lo entiendo, y paso de prestar atención a las leyes físicas. El caso es que no es necesario que yo lo entienda para que sea posible, y los aviones me llevan a sitios lejanos, y no tan lejanos, me sirven para cruzar mares y océanos y con eso es suficiente. A los pilotos (y a las leyes físicas) encomiendo mi alma y mi cuerpo cuando me monto en un avión, y ya está, ahora ya se puede mover todo lo que quiera, yo lo único que quiero es que despegue nada mas cerrar las puertas y que abran las puertas nada más aterrizar, eso y que mis maletas lleguen (a poder ser a tiempo y en buen estado). No me importan las turbulencias ni los baches en el aire, pero eso sí, no soporto estar encerrada en un avión cuando no vuela.

Así que me gusta el béisbol aunque no lo entiendo, vuelo en aviones que no sé como es posible que vuelen, y vivo sin entender muy bien en qué consiste vivir y en un mundo que no entiendo muy bien, bueno, ni muy bien ni muy mal, en un mundo que no entiendo.
Cuando trato de entender a veces me mareo, veo puntos de colores y entonces me entra miedo porque pienso que me va a dar una jaqueca (mis jaquecas vienen acompañadas de luces de colores y visión doble), entonces dejo de pensar y dejo de tratar de entender, no vaya a ser que me dé una jaqueca ...
Es por eso que prefiero entender el deporte del béisbol, porque cuando veo un partido de béisbol no veo luces de colores ni veo doble, sólo veo a unos chicos con unos trajes de diseño molón y una gorra como la mía tratano de golpear fuerte una pelota para que salga volando lejos del estadio, y si puede ser que consiga cruzar la frontera del estado mejor, o que al menos se estrelle contra los enormes focos que iluminan el campo y empiecen a salir chspas de colores, como si unos fuegos artificiales tratasen de celebrar que, afortunadamente, yo no entiendo nada de nada, porque es mejor así ...

Creo que estoy cerca de entender el béisbol ...

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Me gusta conducir


Hace unos días dediqué los restos de una mañana soleada a conducir, a conducir sin ir a ningún sitio, a conducir deprisa, con la música a un volumen un poco más alto de lo que acostumbro a poner, justo lo necesario para no oir mis pensamientos, con la ventana abierta, justo lo necesario para refrescar mi mente febril, deprisa y con marchas cortas y frenazos casi bruscos, se puede decir que la línea entre mi manera de conducir y la del típico horteramacarra de seat león amarillo tuneado era esa mañana muy delgada, y ahora no voy a decir que no tengo nada en contra de los seats-leones-amarillos-tuneados, sí lo tengo, qué le voy a hacer, igual que tengo algo en contra de los que escuchan a Carlos Baute berreando eso de colgarse en las manos o yo qué sé...e igual que tengo algo en contra de tantas cosas que no me gustan porque no me gustan y ya está ... y aquí no pasa nada. En contra de los que sí que no tengo nada en contra, es en contra de aquellos que tengan algo en mi contra (¡/!), en contra de mi coche o de la música que escucho, o del nombre que les puse a mis hijos, o de otras tantas cosas ... me importa tan poco que a la gente no le guste cómo soy ... y me agrada tanto que haya gente que le guste mi manera de ser ...
El caso es que ese día conduje porque me apeteció, porque me gusta conducir, porque quise, porque no se me ocurrió otra cosa mejor que hacer después de salir del hospital, porque no pensaba aparcar en ningun sitio, solo conducir, y me gusta conducir sin que el fin sea bscar un sitio para aparcar.
Una vez me dijo mi amigo César que conduzco como un "tío", supongo que se refería a un chico, a una persona del género masculino, no a un hermano de madre o padre, supongo que eso era un piropo, no sé, se supone que conducir como un tío es conducir bien, y conducir como una tia es conducir mal ... supongo que me estaba intentando decir que no conducía mal, o incluso que conducía bien. Me voy a quedar con la idea de que fue un piropo original. Claro, viniendo de César tenía que ser diferente.
Por otra parte, decir que mi padre no opina igual que César, mi padre opina que soy muy brusca conduciendo y que no trato bien a los coches, pero ahí mi padre y yo no estamos de acuerdo, yo digo que tratar bien, trato a mis semejantes, y de refilón a los animales con los que me topo y no salgo huyendo de ellos, pero a los coches ... no los trato ni bien ni mal, simplemente los conduzco, la verdad es que nunca he entendido bien qué es lo que me quiere decir con eso de tratar mal a los coches. Mi padre se empeña en decirme que soy una "buena volantista pero una mal conductora", tampoco eso lo entiendo muy bien, pero bueno ... y me echa en cara que no me he leído el libro ese de las instrucciones que está en la guantera. Eso es verdad. La verdad es que no me interesa mucho ese libro. Cruzo los dedos para que nunca tenga que echar mano de él, cruzo los dedos para que nunca me pase nada en la carretera (yo confieso : no sé cambiar una rueda, no sé poner cadenas a los neumáticos, no sé donde va el aceite, donde va el agua y qué puñetas es una bujía, por no hablar de otras cosas más complicadas). Sé poner gasolina, y tampoco lo hago con mucha soltura desde hace mucho tiempo, pero ante la inevitable extinción del lince ibérico y de la figura del gasolinero amable que te sirve combustible en las estaciones de servivio de este país, y después de día en el el Pepe me dijo que ya me valía la estrategia ésa de cambiarle el coche cuando se me vaciaba el depósito, no me quedó más remedio que aprender a poner gasolina en el depósito de mi coche.
Espero que si algún día me pasa algo en la carretera, si se me pincha una rueda, o vete tú a saber qué, me pase como en los anuncios de colonia y pare un chico guapo a echarme una mano. Luego nos podíamos tomar una cerveza de esas que también salen en los anuncios en algún bar molón perdido en una carretera y con una bonita canción indie de fondo... esas cosas son las que pasan cuando se pinchan las ruedas de los coches de las chias que no saben cambiar las ruedas que se pinchan, no?
Pues el otro día fuí y volví, escuché música y me desahogué contra el acelerador. No se me pinchó una rueda, es que tampoco es tan fácil que se pinche una rueda ... así que no me encontré con ese chico de la cazadora de cuero y botas moteras con barba de tres días (o de dos, o de cuatro) y camiseta de Muse. Otra vez será, cualquier otro de esos días en los que salga del hospital, haga sol y necesite desahogarme contra el acelerador.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Nubes de domingo

Dejé el otro blog para no hablar de mi enfermedad y la tercera entrada de este-mi-nuevo-blog se la dedico integramente a una enorme Q azul con un punto rojo en su interior. Y es que yo soy así. Llevo 42 años realizando esquemas perfectos cuando se aproxima el otoño, esquemas que se derrumban cual castillo de naipes con la caida de las primeras hojas. Creo que ya va siendo hora de asumir mi condición de chica imprevisible, un poco caótica a la par que desordenada, de ideas rápidas, cambiantes, de ideas de ida y vuelta. Siempre envidié la letra casi perfecta de algunas niñas de mi colegio, letra que yo podía imitar casi a la perfección, las hojas de mis cuadernos se llenaban con una caligrafía impoluta los días de septiembre, pero cuando llegaba octubre las letras iban tomando su forma natural, la que les daba mi cerebro y mi corazón, porque mis planes se venían abajo cuando caían las hojas de los árboles. Y pasan los años y sigo haciendo planes en septiembre, planes que caducan antes que los yogures que compro para llenar la nevera que descansa en verano. Al menos cuando llega la odiosa festividad de fin de año, con su mierda de uvas y champán, yo ya no me molesto en hacer planes ... que los hagan otros, que se apunten a gimnasios y a academias de inglés, yo no necesito ni gimnasios ni aprender inglés, yo estoy delgada y hablo perfectamente inglés. Yo lo que necesito son otras cosas, cosas situadas en los extremos opuestos de los planes.

Así que hoy, último domingo de verano, por la mañana y sentada en el sofá de mi caótico salón vestido de domingo, a saber, niños gritando, periódicos tomando vida, café, música, juguetes que también toman vida como si esto fuera Toy Story (aún no sé si me gusta o no me gusta el caos dominguero, no le acabo de coger el punto del todo), decido que a partir de hoy escribiré de lo primero que me venga a la cabeza, y si eso tiene algo que ver con la gran Q, pues no pasa nada ... la gran Q forma parte de mí, igual que otras cosas, no pasa nada.



El domingo Catalina y yo contemplamos desde la Plaza de España una bonita imagen de la Gran Vía a atardecer. La luz se reflejaba en los edificios de un modo espectacular y el cielo estaba cubierto de nubes que parecían tener vida. Es bonita la Gran Vía, tan bonita como caótca. El domingo por la tarde Catalina y yo fuimos a comprar libros a la Fnac, en realidad podíamos haber comprado libros en el Corte Inglés o en un Vips, pero a Catalina y a mí nos gusta ir a la Fnac y revolver entre los libros y los discos y las pelis ...
Catalina flipa en Gran Vía. Catalina sufre con la gente que pide sentada en las aceras de la Gran Vía. Catalina saca su cartera y empieza a repartir dinero a todo el que tiene la mano extendida. Mientras yo atiendo una llamada de teléfono, mi hija trata de convencer a un mendigo de que acepte su dinero, el señor en cuestión se lo agradece de corazón pero está empeñado en que se lo quede ella y se lo gaste en algo bonito, Catalina no le entiende, el mendigo le sonrié, yo sigo hablando por teléfono atenta a la conversación entre el mendigo y mi hija.
Mientras caminamos por la Gran Vía le digo que no es necesario que vaya dando dinero a todo el mundo. No me entiende, debe de ser que yo no sé explicarme. Y subiendo por Gran Vía nos encontramos a Rayito, el payaso que no es payaso, el payaso payaso, el payaso que no me cae bien, y no sé porque no me cae bien Rayito, es que ¿deberían caerme bien los payasos? no me gustan los payasos. Rayito está sentado a la entrada de un cine junto un cartel en en el que se lee "Tengo hambre", acelero el paso, Catalin no se ha parado junto a Rayito, me mira y me dice : "estaba comiendo un bocadillo.
Estamos llegando a la Fnac, vamos a comprar libros.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Una Q azul con un punto rojo en su interior

Es una Q azul con un punto rojo en su interior. Ese logo causa un efecto en mi estómago. Pensé que lo tenía superado, pero hace unos días conducía yo mi coche, a más velocidad de la permitida, por el carril de la izquierda de una carretera comarcal de la Comunidad de Madrid mientras escuchaba a Manos de Topo, cuando de pronto, y mientras me aproximaba a una rotonda de esas de "yo voy hacia aquí, tú para allá, ufff casi te doy, deberías haberte puesto a la derecha", me encontré con esa maldita Q e instantaneamente mi estómago se dio la vuelta y se colocó al revés ( y bastante raro es mi estómago ya, como para que empiece a hacer piruetas dentro de mi anatomía). Había olvidado el efecto que me causaba esa enorme Q azul con un punto rojo en medio colocada en lo alto del moderno edificio que alberga uno de los mejores hospitales, dicen, de la ciudad. De repente la voz de Miguel Angel Blanca, el "llorador" oficial de Manos de Topo, dejó de ser tolerable para mis oídos y pasó a convertirse en un aullido lastimoso, mi pie izquierdo pisó bruscamente el freno y entré en la rotonda por dónde-me-dió-la-gana-porque-sí, sin respetar a los que daban vueltas al minicampo de cesped circular con monolito en el medio.
Creo que aún no he digerido bien la Q.

Pensé que se trataba de costumbres, pero son manías. Cuando me aproximo a la Q gigante, aparco mi coche (mal-aparco mi coche) en una esquina, ya que mi paciencia para buscar aparcamiento creo que la perdí hace tiempo, y por otra parte, me siento atracada cuando se levanta la barrera del parking subterráneo localizado debajo de la enorme Q (me gasto más dinero del que me toca en cosas no del todo necesarias, pero paso de que me atraquen en un parking pudiendo mal-aparcar mi coche en una esquina redondeada donde no molesto a nadie), no tengo miedo a las multas, no tengo miedo a la grúa del ayuntamiento, soy una valiente en la jungla de asfalto ... y sobre todo, soy una buena ciudadana.
Paso por debajo de la gran Q que preside la entrada el gran edificio, siempre sonriendo (es una sonrisa autoimpuesta), miro hacia el panel informativo situado a la derecha del enorme vestíbulo, más parecido al de un hotel moderno que al de un hospital de los de toda la vida, aunque no por eso consiguen hacernos olvidar a dónde vamos, en la placa leo un nombre y un cargo, agradezco a ese nombre, a su cargo y a las fuezas que rigen el universo el poder llevar a cabo esa serie de manías estúpidas, voy hacia los ascensores (atención, he dicho ascensores) y me dirijo hacia donde me toque para hacer lo que corresponda.
Y así una vez, y otra vez, y otra vez ...

El olor. El olor que envuelve ese lugar no es desagradable del todo, pero lo tengo grabado en mi cerebro a fuego y produce en mí un efecto parecido al de la Q gigante, sin embargo, se me pasa pronto.

Caminan por los pasillos caras conocidas, hubiese preferido no conocerlas, pero llegados a este punto es mejor que sean conocidas, amigables y sonrientes. Me gusta que me sonrían, que me saluden, que me besen. Allí me siento como en casa. Me hubiese gustado no sentirme así, pero llegados a este punto, es mejor sentirse como en casa.

Cuando me voy de allí ya sé cuándo volveré. La despedida es un ¡Hasta pronto!. Me gustaría que fuera un ¡Hasta siempre!, gracias por todo, pero es un ¡Hasta pronto!.
Vuelvo al coche, siempre está en el mismo lugar donde lo dejé, nunca tiene una multa enganchada en el limpiaparabrisas, me vuelvo a casa. Estoy feliz, hace no mucho mi coche estaba en el garaje y los que más me quieren me llevaban y me traían. Regreso escuchando la música que más me gusta. Unas veces contenta, otras muy contenta, otras un poco menos contenta. Tópico del día : ¡Así es la vida!

Dejo la enorme Q con un punto rojo en el medio a mis espaldas, tomo la rotonda (soy especialista en rotondas) y piso el acelerador a tope ...



Alucinada tras ver el videoclip, me pregunta mi hija :"¿Qué le pasa a este señor, está llorando?", Canta así, hija, "¿Pero él se cree que canta bien?"

La pregunta queda formulada.

martes, 15 de septiembre de 2009

Aterrizaje forzoso

Han pasado los días. Aterricé. No exactamente como tenía previsto ya que yo pensaba lucirme en mi aterrizaje, realizar alguna que otra acrobacia de esas que la gente mira y dice ohhhhh, pensaba medir mis fuerzas con los pájaros, saludar desde la ventanilla de mi avión y tocar tierra suavemente y con una sonrisa, en un día soleado y de suave brisa. No ha sido así, he llevado a cabo un aterrizaje casi de emergencia, antes de lo que tenía previsto, obligado por las condiciones meteorológicas adversas, no me dió tiempo a ponerme mi gorra de aviador, la de cuero con orejeras, era solo un detalle sin importancia, pero a mí esas cosas me gustan, no en vano ojeo la edición francesa de Vogue para hacerme una idea de las tendencias de las diferentes temporadas, no he tenido tiempo de anunciar el aterrizaje, pero éste ha sido espectacular, los buenos pilotos siempre estamos preparados para un aterrizaje de estas características, y lo he hecho sin perder la sonrisa.

Ya estoy en tierra. Ya estoy aquí. Retomo fuerzas después de unos días cansados y cansinos, cansantes incluso, si este vocablo fuera correcto, no lo es, pero yo sé lo que me digo, y es que a veces me faltan las palabras adecuadas para seguir expresándome.

De mi pequeño balneario, donde el sol calentaba mi piel y mi mente, donde iba recargando mi energía a medida que se me agotaba, donde la brisa suave y el nordeste refrescaban mis ideas, pasé a la jungla de asfalto, donde el calor no viene del cielo sino de la tierra, pasa a través de las suelas de los zapatos y sube por tu cuerpo, donde la brisa no viene del mar sino de los tubos de escape de los vehículos que circulan lentamente por la Gran Vía, esa vía que tanto me gustaba hace un tiempo y en la que ahora se me derriten los sentidos cual tableta de chocolate al sol tras salir de la FNAC, refugio de mi ocio y castigo a mi tarjeta de crédito.

Llegué, llevé a mis hijos al colegio, asalté un Starbucks, asalté la FNAC y cargada de bolsas de color mostaza asalté de nuevo otro Starbucks. Y miraba yo por la ventana mientras pensaba en no me acuerdo qué, cuando uno de esos simpaticos chicos que trabajan en S. dice en voz alta y clara "por favor, tengan cuidado con los bolsos y carteras, estos dos señores que están en esta mesa son ladrones", y sin perder su magnífica sonrisa, sigue preparando frapuchinos. Los señores en cuestión, dos marroquíes o similar, se levantan y abandonan el establecimiento inmediatamente después de que todos los allí presentes agarrásemos nuestras pertenecias con fuerza y les mirásemos con cara de yoquesequé.


Hasta el momento tenía acumuladas en mi haber tres sensaciones, la sensación de cansancio, la sensación de calor artificial e insano y la sensación de haber gastado sin necesidad. Trataba de aliviar esas sensaciones sentada en un sillón de S., bebiendo un té verde con limón granizado de S., y manoseando los libros que me había comprado, pelando los impelables Cds que me había comprado (aunque en el último año me he convertido en una pirata, y lo confieso sin pudor, no puedo resistir la visita a la sección cholloscds), e imaginando unas largas jornadas de martes y miércoles en mi sofá de las afueras viendo el pack de la TVserie adquirida, cuando se me sumó otra sensación, la sensación de tristeza pegajosa, esa que flota alrededor de mi cabeza y de mi corazón (a veces también de mi estómago), y como no se me ocurrió ninguna manera de aliviarla allí sentada en un sofá de S., cogí mis cosas y me fuí.

Y cuando llegué a casa me encontré de golpe y porrazo con una carta certificada procedente de un organismo oficial de siglas conocidas que me informaba de que ...